Alfonso del Val, un cronopio.
Me pidieron que escribiese un texto sobre Alfonso del Val y mi coincidencia con él en la primera época de “El Ecologista”. En cuanto me puse a ello me di cuenta de que en mi recuerdo era el de un momento atemporal e iniciático, en el que aparecían sin orden claro, a un lado y otro del espejo de la memoria, Alfonso, su figura, su sombra, su voz y sus textos y comprendí que la mejor manera de hablar de él era considerarle un cronopio. Por lo que nadie espere encontrar un texto ordenado ni que mis recuerdos coincidan con los de otros, incluido con los del propio Alfonso. ¿Cómo definir un cronopio? ¿Es Alfonso un cronopio?
En algún momento de 1977, Mario Gaviria hablaba en la ETSAM sobre el movimiento antinuclear, Ángel y yo nos acercamos con el objetivo de apuntarnos y Mario nos dijo “hablad con Alfonso que trabaja en la ETSAM”. Casi todos los edificios interesantes, y la ETSAM lo es, tienen varias dimensiones, espacios y tiempos distintos, que coexisten de forma paralela, y que solo de vez en cuando se cruzan produciendo modificaciones en la vida de los que allí se encuentran, Mario sin saberlo nos abrió una puerta.
Alfonso, ya sociólogo, rompía probetas de yeso en los sótanos de la ETSAM, de la que en otro tiempo había sido alumno. Bajar a ese sótano desde el bar, en el que se pergeñaban huelgas y revoluciones tras la muerte de Franco, era ir a otro universo. En ese espacio paralelo, se repetía desde hacía años un ritual de rotura de yesos, donde que Alfonso y Pepe eran capaces de predecir las cargas de rotura antes de realizar el ensayo. Bajar allí era entrar en otro tiempo, que aunque procedente del pasado ya presagiaba el futuro; allí estaba el cronopio, con una bata blanca, dueño de sí mismo, sin que ninguna autoridad se atreviese a poner en duda su horario y actividades. Había convertido la rutina de la rotura de yesos en un “lugar” en el que pergeñaba la idea de una revolución total, que unificaba la ruptura del sistema capitalista, la autonomía individual y el conocimiento científico, con el trabajo manual entendido como arte, todo ello dentro un marco de conocimiento e integración con los ciclos de la naturaleza propio de la conciencia ecologista que comenzaba a emerger.
Del aquel sótano de la ETSAM y sus yesos, pasamos a una buhardilla en un sexto piso de la calle Segovia, que restauramos con nuestras propias manos. El yeso sirvió para enlucir las paredes que luego pintaríamos. ¿De dónde salió aquel local que sería la redacción de El Ecologista? No lo sé, solo sé que Alfonso nos llevó allí, nos describió su proyecto y como llevarlo a cabo “cada cual según sus posibilidades”. Nos llamábamos “Equipo Tierra”, todos distintos, y reclutados por Alfonso, formamos una familia sin jerarquías ni autoridades. Visto desde hoy el funcionamiento del grupo y el adecentamiento de la buhardilla fue un ejemplo de construcción libertaria, cada cual acudía en sus tiempos, con sus fuerzas y sus mañas, y de manera natural la buhardilla se hizo habitable y más tarde El Ecologista realidad.
¿Cuál era el proyecto de El Ecologista? Creo que no fue un proyecto sino un proceso, en el que buscábamos unificar la difusión de la idea de que vivíamos en un planeta de recursos limitados, de los que la humanidad debía de hacer un uso frugal y fraterno, con la idea de que era posible una revolución total, social y mental, y que la creatividad era materia más que suficiente para proporcionarnos la liberación de una vida enajenada por la autoridad y el trabajo. El Ecologista, no fue siempre bien considerado por los ortodoxos, aunque pienso que en realidad el ecologista ortodoxo es Alfonso, heterodoxo militante solo fiel a la belleza e integridad de los ciclos naturales y al ideal de libertad en fraternidad. Cada número de la revista era distinto, experimentábamos formalmente en los límites de la contracultura, pero con el rigor crítico del que hace una tarea porque cree que tiene la responsabilidad de cambiar su entorno. Nunca cobramos por la tarea, pero ganamos un capital inmaterial de conocimiento, conciencia crítica y grandes amigos.
Alfonso, en un devenir incansable del que nunca hizo cuentas, consiguió que más de ochenta grupos, mujeres y hombres de todo el estado, aportasen una cantidad a fondo perdido para editar la revista. ¿Cómo lo consiguió? La verdad que a día de hoy me sorprende que no me sorprendiese entonces. Pero la mecha prendió relativamente bien y junto a esos fondos iniciales sumamos más de 900 suscriptores que nos permitían imprimir y distribuir la revista (nunca llegamos a ver una peseta de la venta en kioscos y librerías). Si algo demostró que el fin no era económico, fue el festival musical “Antinuclear a Tope”, cuyo desarrollo y resultado merecería una canción como “Los managers” de Pata Negra. 31 de mayo de 1980, “6 horas de música”, “Campo de fútbol del San Blas”, con un elenco que iba desde “Nacha Pop” a “La Orquesta Platería”, pasando por Camarón que llego tarde y no actuó (había que ver a sus seguidores saltándose la valla que “controlaban” los efectivos del “Movimiento por la objeción de conciencia”). Seis horas de música, ni un duro y todo el equipo de El Ecologista y el resto de las organizaciones, a las tres de la mañana, en línea recogiendo colillas y cristales del campo de fútbol para que al día siguiente se pudiese jugar un partido, visto desde hoy hasta tiene gracia.
Con Alfonso no se aburre uno nunca, y probablemente tampoco estés del todo tranquilo (nunca se sabe lo que puede ocurrírsele, o que batalla comenzará en cualquier momento). Sabes que lo que comienza lo acaba caiga quién caiga. A él le debemos los primeros trabajos sobre la basura y el reciclaje, que él aplica en su vida cotidiana con ingenio y creatividad. ¿Cuántos kilos de basura por habitante se producen? Pregúntale a Alfonso. ¿Qué plásticos se reciclan mejor, y cuáles es imposible? Pregúntale. ¿Pero cómo sabe tanto? La respuesta es que se lo lee todo, pero también es cierto que no se cree todo lo que lee ni lo que le cuentan. Empirista militante ha seguido camiones de basura, registrado contenedores, preguntado a empresarios y traperos, lo que le ha permitido discernir entre lo cierto y lo falso, lo útil de lo inútil y ayudarnos a ver lo que de verdad ocurre, y cuál es la verdad que esconden tantas mentiras sobre “las soluciones” que nos imponen con caras sonrientes y envoltorios verdes.
Con Alfonso, una tarde es una aventura y una amistad de tantos años un privilegio, no siempre fácil de administrar, que merece la pena. No sé muy bien por qué he contado unas cosas u otras, me da la impresión que lo que estoy contando no ocurrió hace tanto y que pese al tiempo pasado podríamos retomar alguna idea que quedo perdida, alguna conversación cortada, e incluso algún enfado sin causa clara. Pero al acabar este pequeño texto, creo que sí que Alfonso es un cronopio y que coincidir con él ha sido una suerte que comenzó el día que Ángel y yo bajamos al sótano de la ETSAM a un laboratorio donde aparentemente se analizaban yesos, pero dónde en realidad se gestaban propuestas alternativas al gris plomizo del franquismo y todas sus carencias intelectuales, emocionales y creativas.